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Poder adquisitivo ¿Cuánto por tanto?

Número 23, Año 4, agosto - septiembre, 2017



Al empezar a leer este artículo, querido lector o lectora del Torito, seguro se pensará que tenemos poco de nuevo que contarle sobre la pérdida del poder adquisitivo. Sobre todo porque hasta parece grosería, como decían las abuelas “lo que se ve no se pregunta”. Y es que habrá notado que cada vez alcanza para menos, así, con mayor fuerza en los últimos diez años, hay que apretarse el cinturón, reducir gastos, trabajar los dos padres, los hijos también y un largo etcétera. Ya sabe usted que lo que vivimos en la actualidad es producto de la crisis que hubo en aquellos años en los yunites, del otro lado, en el gringo y que el pinche Trump no’mas nos vino a joder más la vida. Que medio ha crecido el salario, pero sigue sin alcanzar y, crisis o no crisis, quienes la cargamos en hombros somos los de abajo.

Tendemos a pensar el poder adquisitivo de manera aislada, abstracta o, al menos, de eso nos quieren convencer. Lo que en pocas palabras significa que podemos comprar sólo aquello que podemos pagar; y podemos pagar tanto como ganamos por trabajar. Y ganamos más en tanto trabajamos más como individuos y competimos unos con otros por más tajada. Justo ahí se esconde la dimensión ideológica de todo el hilo argumental que nos quieren vender, porque se nos intenta convencer de que toda la responsabilidad reside en el individuo, en ti y en mi. Nada más falso.

Por el contrario, hay que señalar que el poder adquisitivo es producto de una relación social de lucha y de disputa por el excedente de riqueza producido por el trabajador, mismo que constantemente quiere ser arrebatado por los capitalistas mediante la eliminación de prestaciones sociales, incremento de la jornada laboral con el mismo salario, mediante el trabajo a destajo, la disminución salarial directa o la contención salarial. Puede haber momentos de incrementos minúsculos que en nada cambian la situación general del trabajador; pues éstos apenas se reducen a su reproducción como fuerza de trabajo, como cosa o como mercancía que se vende y se compra; así que esos incrementos no son suficiente para una vida digna. Lo que usted querido lector o lectora ha experimentado en los últimos diez años no es más que el producto de la lógica del funcionamiento del capitalismo en la que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, mucho más en los periodos de crisis del sistema capitalista.

Pero déjenos decirle que si miramos más para atrás podemos ver que desde la mitad de la década de 1970 -¡uh, ya llovió! ¡yo ni había nacido! ¡ni celulares ni tabletas había!- en la lucha por la parte de la riqueza social producida por los trabajadores, los capitalistas se pusieron de acuerdo para no pagarle más a los trabajadores –contención salarial se le decía y se le dice– quesque porque necesitaban esas ganancias para invertir y para que “se derramara la riqueza desde la punta de la pirámide”, un gigantesco mito para embaucar pichones. Para eso los capitalistas se pusieron de acuerdo, golpearon trabajadores y sindicatos, les mandaron a los granaderos, en suma los derrotaron, no sin una gigantesca resistencia por parte de los trabajadores organizados –pos claro, no puede ser de otra forma–. Desde entonces el poder adquisitivo de los trabajadores y trabajadoras ha ido en picada sin que el salario que paga el patrón, aunque con pequeños ajustes, se corresponda con lo que realmente se necesita para cubrir necesidades básicas –salario real o el que debería ser el real–.


Para comprender la magnitud del problema hay varios ejemplos que afectan nuestro consumo diario de productos básicos y van directo a nuestro bolsillo. En mayo del 2012 el Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la UNAM publicaba que desde 1997 el poder adquisitivo del salario mínimo había perdido más del 75 %.

Como muestra de esto podemos constatar que hace 20 años con el salario mínimo se podían comprar entre 40 y 50 kilogramos de tortillas, en 2012 tan sólo se compraban 5.1 kilogramos. Al iniciar 2017 el precio de un kilogramo de tortilla en promedio era de 14 pesos y el salario mínimo de 73. La pérdida del poder adquisitivo no cambia mucho, sin embargo, esto no es lo que deberíamos cuestionarnos, sino el por qué se ha mantenido estos cinco años ¿es que los aumentos al salario mínimo no bastan? o ¿es que el aumento al salario mínimo es inversamente proporcional a la pérdida de poder adquisitivo? Y hablamos de kilogramos de tortillas como referente común para la mayoría de los habitantes del país, pero las cosas no cambian mucho respecto al consumo de otros productos como la leche, el huevo, el aceite y las leguminosas. Por ejemplo, en el caso de productos como el pan el poder adquisitivo ha sufrido una pérdida considerable, según dicho informe, se han dejado de consumir hasta 243 piezas con la misma percepción.

El número de personas económicamente activas que recibían hasta 2 salarios mínimos se ha incrementado, pero no en relación con la creación de fuentes de trabajo, sino en detrimento de aquellos que recibían un mayor salario. Del total de remunerados el número de aquellos que ganan hasta 3 salarios mínimos se ha incrementado, así que, no aumenta la población ocupada, disminuye el poder adquisitivo. A finales de la década 1980 bastaba con trabajar 5 horas para tener acceso a la Canasta de Alimentación Recomendable (CAR), y ya para el año 2012 se requerían 25 horas para tener acceso a los mismos productos de la canasta. De manera contradictoria con lo anterior, se sabe que en tan sólo 9 minutos el proceso productivo genera los recursos para pagar dicho salario; el proceso de explotación es evidente si pensamos en estas cifras. En realidad, el aumento de horas de trabajo que se requieren para ganar un salario que permita tener acceso a la canasta de alimentación básica son horas que se extraen del trabajador para incrementar la producción y por tanto la ganancia que no se verá reflejada en el salario.

Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), la pérdida del poder adquisitivo en los últimos 10 años ha sido del 11.3%, incluso el ingreso promedio de los trabajadores mexicanos queda por debajo del nivel previo a la crisis financiera de 2008. La encuesta de ocupación y empleo, que desarrolla esta institución junto con el INEGI, refleja carencias de fondo, tales como el acceso a los servicios de salud, educación y vivienda. Nada diferente al informe del CAM, una evidencia más de la pérdida del poder adquisitivo. En suma, el 40% de la población ocupada no tiene acceso a la canasta alimentaria completa con su ingreso laboral.

Encima de esta situación, tenemos que la reforma laboral aprobada desde el gobierno de Calderón sólo posibilitó la flexibilización de la contratación, posibilitando la pérdida de acceso a seguridad social y la precarización del empleo. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) definió a México como el único país en donde el salario mínimo está por debajo del umbral de la pobreza. Ni pensar en un intento de incremento al salario mínimo pues aunque lo aumentaran, la tasa o el grado de explotación de la fuerza de trabajo no disminuiría. Las grandes empresas, las cúpulas empresariales –todos los capitalistas pues- el banco de México, así como el gobierno federal, supuestamente, buscan evitar medidas que afecten la inflación, por lo que incrementan la productividad y la rentabilidad, o sea, buscan una mayor explotación.

No es fortuito que el tema desde hace muchos años sea la lucha por la mejora salarial -¡desde cuando todavía no nacían ni las tabletas ni nosotros! Hoy en día, dadas las condiciones precarias en las que viven los trabajadores, es más urgente pensar en un aumento que haga frente al derrumbe del poder adquisitivo y no conformarnos con un aumento a la cifra del salario mínimo, como pregonan algunos personajes de partidos políticos en aras de mostrarse justicieros, aumento que será posible sólo bajo la organización de los trabajadores.

Que la crisis la paguen los capitalistas. Por un aumento salarial de emergencia: al salario mínimo, contractuales y prestaciones.

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