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Más allá de enero...la imposible cuesta para los trabajadores

Número 24, Año 5, febrero - marzo, 2018



Un nuevo año comienza, querid@ lectora o lector del Torito, y más allá de las alegrías de nuevos días comenzará a desear que termine enero, porque la cuesta sí que cuesta. De pronto se pone a cabecear y se da cuenta que ese pensamiento ha estado rondando en su cabeza por más tiempo del que se imaginaba. Y lo que sucede que la crisis para muchos de nosotros no inició en enero, sino que la arrastramos todo el año pasado. En efecto la inflación llegó a 6.7 % en diciembre del año pasado, siendo la más alta en lo que va del siglo XXI.[1] Y usted pensará ¿Y eso en qué se refleja? Bueno, pues seguramente usted habrá sentido en su bolsillo el alza de precios en los mercados, producido –entre otras cosas– por el alza de precios que resultó de los gasolinazos y el incremento del precio del gas. Y con eso lo único que se ve en el horizonte, como dice la canción del Panteón, es que la carencia va pa’ arriba y los salarios pa’ abajo.

Los salarios han sido pulverizados haciendo letra muerta el artículo 123 de la Constitución que a la letra dice: “Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”. Con ello se echan a la basura los incrementos salariales de las instituciones y las conquistas de los trabajadores. Actualmente el salario percibido por una jornada laboral asciende a 88.36 pesos, según fue establecido por la Comisión Nacional del Salario Mínimo (CONASAMI) para 2018. Y aunque pareciera que ha sido el aumento más alto en varios años en términos absolutos, lo cierto es que la inflación lo hizo inservible, tanto como los aumentos conseguidos por las organizaciones sindicales en sus revisiones salariales. El salario mínimo actual debería ascender a 353 pesos por día para el sostén de una familia. Eso significa que como señalan los investigadores del Instituto de Investigación para el Desarrollo con Equidad (EQUIDE) de la Universidad Iberoamericana: “el salario mínimo constitucional debiera ser por tanto de $19,041 pesos mensuales, equivalentes a $4,760 por persona en un hogar promedio de cuatro personas.”[2]

La consecuencia es que la gran mayoría de los trabajadores del país vivimos en la carestía permanente, condenados a la pobreza. Según el mismo estudio más de la mitad de la población asalariada, 51.7% de los trabajadores, permanecen debajo de la línea de pobreza monetaria, conocida también como línea de bienestar del CONEVAL (LB). Para 2016, la última medición oficial arrojó poco más de 50%.” Sumado a eso se observa que el 63.9% de los trabajadores carece de seguridad social mientras que el 33% que sí tiene se encuentra en situación de pobreza monetaria [3]. O sea que no le alcanza con el salario que recibe.

El salario mínimo que percibimos los mexicanos constituye el más bajo y vergonzoso de toda América Latina. ¿Cómo lo explicamos o qué significa que en México se perciban los menores salarios del continente? ¿Acaso tiene que ver con nuestra falta de pericia en el desempeño de nuestros trabajos? ¿No nos esforzamos lo suficiente? Nada de eso. Tiene que ver con el papel que le toca jugar a México en la economía mundial y de manera particular por la vinculación con la economía del norte, con Estados Unidos y Canadá. Con la implantación del neoliberalismo y sobre todo con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en este tratado a México le tocó poner la mano de obra con salarios bajos para los trabajadores, como una más de las injusticias que conlleva dicho tratado. Eso significa la súper explotación del trabajo y extracción de ganancias extraordinarias para las empresas gracias al salario que no se le paga a los trabajadores, aunado a la disminución de la seguridad social y la privatización de diversos bienes públicos. Así, los salarios de los mexicanos se han estancado y no han crecido lo suficiente en los últimos años e incluso han perdido mucho poder adquisitivo y se han visto más golpeados con la reforma laboral que abarató más los costos de los capitalistas y sometió a la precarización al conjunto de la población. Cuestión que no sólo afecta a los trabajadores mexicanos sino al conjunto de los trabajadores del mundo, pues en la medida en que un lugar acepta salarios de miseria los capitalistas tratarán de generalizarlo para maximizar sus ganancias, por eso han resultado tantas polémicas en las revisiones del TLCAN desde el año pasado.

Este hecho es tan evidente que está científicamente reconocido que el salario mínimo diario podría incrementarse. El incremento debería llegar hasta 570 pesos si las empresas que hay en el país aceptaran una redistribución de la riqueza. Eso significaría reducir las ganancias que tienen cerca de un 30%, según Miguel Santiago Reyes Hernández, economista del EQUIDE. Sin embargo, como el aumento de salarios incrementa los costos, un escenario viable muy usado por los capitalistas es traducir tal incremento en hacer el trabajo más productivo, despedir gente o, en última instancia, aumentar los precios. Esto lo hacen para recuperar rápidamente sus ganancias desatando la ola inflacionaria de la que culpan al aumento salarial y en lo que se excusan para no hacerlo. La única salida para no generar inflación es que los capitalistas renuncien a sus ganancias, pero ningún estudio ni el Banco de México lo dicen y ninguna institución sanciona el aumento de precios,[4] porque sirven a esos mismos capitalistas.

Incluso en las universidades que están en riesgo de quebrar la lógica empresarial amenaza con justificar los recortes y los topes salariales por encima de los derechos que tienen los trabajadores. La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) en su documento Visión 2030 insiste en que el déficit financiero se debe a insuficiencia de presupuesto, el aumento de matrícula escolar, así como las “obligaciones laborales” –pago de pensiones y jubilaciones- de las instituciones y se le echa la culpa a los sindicatos de haber obtenido prestaciones superiores a las de la Ley y de adquirir préstamos bancarios e incumplir con obligaciones fiscales o de seguridad social.[5] Hay que decir que la culpa no es de los trabajadores sino que la responsabilidad reside en la política de educación superior del Estado y el financiamiento limitado que otorga a un sector que naturalmente crece en demanda, matrícula, trabajadores e insumos diversos.

Pero los poderosos intereses que resultan beneficiados con los salarios de miseria en nuestro país, no renunciarán por voluntad propia a la gran riqueza que extraen de los trabajadores. Son los trabajadores a través de la organización los que deben obligarlos no sólo a recuperar el poder del salario, sino a realizar las transformaciones del conjunto de la sociedad que garanticen la dignidad del trabajo. Pero ¿Por qué no lo hacen? Lo cierto es que la implantación del neoliberalismo consistió en la derrota y represión de los trabajadores en las décadas de 1970 y 1980. Las organizaciones de los trabajadores han sido de las más golpeadas en México y hoy el panorama parece más sombrío con la nueva reforma laboral en materia de justicia que nos deja indefensos, con los peligros de represión brutal que encierra la Ley de Seguridad Interior con la legalización de la militarización que hay en el país y el uso discrecional de su fuerza. Sin embargo, hoy es más necesario que nunca fortalecer la organización de los trabajadores y entablar la lucha política contra los poderosos para recuperar lo que nos pertenece. Una nueva política salarial y el avance en la reorganización de la sociedad que implica no vendrá de la mano de los poderosos que se benefician de ella, sino de la fuerza organizada con la que los trabajadores puedan arrancarla. Y hagámoslo con el entusiasmo del coro de una rola de los Folkloristas: “¡A organizar compañeros! ¡A organizar! ¡Por el derecho al trabajo hay que luchar!”.

Notas: [1]. Juan Carlos Miranda, “Legó 2017 la inflación más alta de los pasados 17 años, según analistas”, La Jornada, México, 7 de enero de 2018. [2]. Graciela Teruel Belismelis, Miguel Santiago Reyes Hernández y Miguel Alejandro López “Análisis de coyuntura de la economía nacional. Primera de dos partes”, Universidad Iberoamericana, 3 de enero de 2018. [3]. Graciela Turel, Miguel Reyes y Miguel López, “Policy brief-Análisis de coyuntura no. 1”, en Informe de Coyuntura, AUSJAL, diciembre de 2017, pp. 15-22. [4]. Pedro Rendón, “Posible, aumentar en México salario mínimo de $80 a $570 pesos al día: investigador”, Prensa Universidad Iberoamericana, 4 de septiembre de 2017. [5]. Arturo Sánchez Jiménez, “Pensiones y mala gestión hunden finanzas de universidades públicas”, La Jornada, México, 6 de enero de 2018.

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