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La lucha feminista en la universidad: cómo retomar el trabajo después de la cuarentena

Número 41, Año 7, marzo, 2020


El presente artículo pretende compartir algunas reflexiones en torno al movimiento feminista en la universidad en lo que va de 2020, con el objetivo de aportar insumos a la discusión que sabemos necesaria para reorientar y sostener los esfuerzos que la lucha contra el patriarcado neoliberal demanda. Habemos muchas que nos sentimos convocadas a formar parte del movimiento, a hacer nuestra la batalla contra el feminicidio, contra la violencia, el abuso, el acoso y la opresión que pretende impedir que podamos decidir sobre nuestro propio cuerpo; por eso el movimiento feminista contemporáneo dentro y fuera de la universidad está compuesto por variados y nutridos sectores de mujeres. Sin embargo, a pesar de que quienes conformamos este movimiento podemos tener muchos sufrimientos y problemas compartidos, esto no evita que a la par podemos tener pocas o ninguna posición política en común o que incluso podamos tener inclinaciones ideológicas que se contraponen. De momento, consideramos que es posible afirmar que el movimiento feminista en la universidad no posee una dirección política única.


¿Qué queremos decir con que el movimiento feminista no tiene dirección? ¿Que nuestro andar está destinado a no llevarnos a ninguna parte? ¡En absoluto! El movimiento ya ha tenido pequeñas victorias gracias a los consensos mínimos que tenemos, victorias que son pequeñas por la magnitud del conflicto al que nos enfrentamos, no por su relevancia particular en la vida de varias compañeras.

Es claro que en el movimiento feminista existe una oposición generalizada al feminicidio –por ejemplo– y que se comparte la conciencia de agitar a través de la protesta para hacer visible la problemática. Uno de los éxitos alcanzados a través del movimiento ha sido exhibir la inacción del Estado, su omisión en el cumplimiento del marco legal existente ante la cantidad de madres, hijas, hermanas y amigas, mujeres que han sido asesinadas y/o desaparecidas para las que no ha habido justicia. Pero fuera de estos acuerdos generales que han servido para convocar y en gran medida cohesionar al movimiento, no existe un consenso generalizado de qué hacer para detener el asesinato de mujeres. O qué hacer para evitar la violencia contra las mujeres dentro y fuera del campus universitario a manos de hombres que forman parte de la comunidad.


¿Cuál es el origen de estos fenómenos actuales?¿Como detenerlos?¿Qué estrategia de lucha seguir?¿Cómo y con quienes organizarnos? Para dar respuesta a estas preguntas existen una diversidad de posturas que no han logrado acordar una línea de acción conjunta. La heterogeneidad del movimiento se expresa claramente en la universidad, donde existe un enfrentamiento enconado entre asambleas de mujeres, organizaciones políticas con trabajo en el sector, colectivos de mujeres feministas, alumnas, maestras y mujeres a título individual sobre cómo lidiar con los violadores, acosadores y abusadores que forman parte de la “comunidad” universitaria y que ocupan desde altos rangos en la jerarquía de la institución, como autoridades o investigadores eméritos, hasta profesores de asignatura, trabajadores y alumnos. Las peleas internas que existen en el movimiento feminista en la universidad tienen múltiples orígenes: desde acusaciones directas de encubrimiento y colaboración con el enemigo, que en algunos casos tienen nombre y apellido, hasta señalamientos cuyo origen es un desacuerdo político e ideológico, como la imposibilidad de discutir o trabajar con hombres o con mujeres que mantengan algún vínculo personal con un hombre, aún cuando este no haya sido acusado de haber cometido algún abuso.


Resulta imposible tener una postura que no sume a la división interna dentro de la universidad, pues incluso el silencio ha sido contraproducente o favorable para una u otra de las posturas. Ante esta situación son varias las mujeres que han decidido abstenerse de participar en la lucha dentro de la universidad, pero que aun así han acudido a la movilización del 8 y al paro del 9 de marzo y buscan continuar participando dentro del movimiento. Por nuestro lado, en los espacios en que hemos encontrado disposición de discutir, aprender y construir en conjunto un mundo diferente, en el que el capitalismo patriarcal y neoliberal no pueda seguir existiendo, hemos procurado generar las herramientas que nos permitan llegar a consensos que sumen cada vez a más personas a la lucha por un mundo mejor, pues no vemos viable la victoria si no es organizándonos cada vez con más compañeras y compañeros.


¿Estamos diciendo que las problemáticas internas deben silenciarse en aras de un bien mayor?¿consideramos que no deben existir posturas irreconciliables cuando queremos ganar la guerra a un enemigo común con las proporciones que el sistema global actual que oprime a todos los pueblos y mujeres del mundo tiene? Para la primera pregunta la respuesta rotunda es NO: las diferencias deben señalarse, es bueno que se conozcan; en el mejor escenario las diferencias políticas e ideológicas de cada fracción son tan claras que es fácil reconocer con quien se tiene acuerdo. Para la segunda pregunta la respuesta no es tan sencilla, depende en gran parte del balance de la relación de fuerzas existentes que cada posición tenga. La inevitabilidad del enfrentamiento entre posturas que por principio se oponen es la norma, han sido pocos los momentos históricos en que se logra caminar en conjunto para alcanzar un mismo objetivo con quien se tiene desacuerdo en la caracterización del enemigo y cómo vencerlo, o con quien no se tiene acuerdo sobre el tipo de sociedad que se debe construir.


La idea de colaborar con un enemigo para vencer en conjunto a otro no es a priori un desliz ideológico o una incongruencia destinada al fracaso. Cuando en la lucha uno se encuentra en desventaja es normal sumar fuerzas con otros que piensan distinto a uno… pero ¡aguas!, porque, en efecto, el fin no justifica todos los medios… actualmente pareciera que hay quienes ven con mejores ojos aliarse con el enemigo poderoso para expulsar a su oposición (feminista), que colaborar con esta para derrocar al verdadero enemigo: aquel que ejerce el poder… por eso la importancia del análisis y la reflexión permanentes. Preguntarse ¿a quién beneficia en el largo plazo esta acción? ¿cómo ayuda la victoria de esta batalla a ganar la guerra?


Así que la respuesta es así de compleja y difícil de construir: es necesario desmarcarse y hacer todos los señalamientos que se consideren necesarios para distinguir nuestra postura de la de otros, argumentar y discutir en torno a los desacuerdos e incluso las acusaciones. Trabajar de manera separada en casi todo y solo asumir la necesidad de la existencia del otro y la viabilidad de colaborar cuando se cierren filas contra un enemigo mayor. Intentar exterminar a la otra postura, impedirle cualquier tipo de participación y aislar a todo aquel que no está dispuesto a sumarse a la cacería interna no es una estrategia destinada a construir condiciones que nos permitan ganar a las mujeres en su conjunto la batalla por recuperar el poder sobre nuestras vidas dentro y fuera de la universidad.


Sería una tarea necia buscar generar un consenso entre las posturas divergentes retomando los argumentos que una y otra parte han expuesto. Quizás también lo sea señalar en qué han expresado tener acuerdo, pues la exposición puede ser desafortunada y exacerbar la polarización. El consenso elemental debe ser, pues, la caracterización del enemigo común: el capitalismo patriarcal y neoliberal que domina a la sociedad a través de una estructura de poder con la cual controla la reproducción material e ideológica de la sociedad.

La estrategia general debe ser constituir una estructura de poder popular, que acuerpe a las mayorías y nos permita construir una nueva sociedad, empezando quizás por una universidad diferente. Sin esta perspectiva, la lucha por dotar a la estructura de poder actual de mecanismos de control y castigo está destinada a revertirse en nuestra contra.

Contradicción que es de suma complejidad, pues es justa y necesaria la lucha por obtener justicia, pero cuando el único imaginario de justicia que se tiene es el castigo y cuando lo que se quiere es que sea la estructura de poder la que castigue, indefectiblemente lo que hacemos es dotar al enemigo de legitimidad para crecer sus mecanismos de control y represión. La tarea que nos toca es difícil, debemos construir poder popular a través de procesos organizativos amplios, señalar y responsabilizar al Estado y a las estructuras de poder de la universidad de desatender su tarea de protegernos.


Consideramos pues que en este momento de la lucha es necesario discutir, argumentar y convocar a la participación plural. No es posible ni deseable hacer caso omiso de las diferencias, pero no debemos permitir que estas se vuelvan nuestra única labor y el foco de nuestra práctica política. Nosotras pensamos que debemos construir relaciones diferentes de las que se geste un nuevo mundo y eso nos hemos dedicado a hacer en nuestros espacios, caminamos en conjunto con otros que piensan y actúan diferente a nosotros cuando nos encontramos en el camino y nuestra dirección coincide. Y en este caso, cuando vemos que coincidimos con varias en la necesidad de señalar a las autoridades y exigirles justicia podemos marchar y participar en asambleas conjuntas, aunque sepamos que disentimos en varios aspectos.


Después de la interrupción que el periodo de emergencia que el coronavirus le impone al movimiento feminista dentro de la universidad, tendremos que retomar la lucha conjunta. No es la intención de este escrito decirle qué hacer y qué no hacer a nadie. Pero consideramos pertinente declarar que nosotras estaremos ahí, trabajando con quienes tengan la disposición de discutir y construir.


Saludos a sana distancia












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