Número 39, Año 7, enero 2020
El A fines de enero se llevará a cabo en Davos, Suiza, el Foro Económico Mundial (FEM), la 50ª edición de este espacio de encuentro de los más importantes jefes de Estado y de gobierno, empresarios y figuras del mundo de los negocios. Cada año representantes de la burguesía transnacional se reúnen para analizar el contexto internacional, los problemas globales y las perspectivas de la economía. Sin ánimo de exageración podemos afirmar que es en reuniones como el Foro Económico Mundial, entre otras, donde se decide el destino de millones de seres humanos alrededor del planeta, poniendo en duda el carácter democrático del sistema capitalista.
Los temas que abordará el FEM este año incluyen, según sus palabras, atender los retos del cambio climático y lograr una economía sustentable e inclusiva; avanzar en el despliegue de nuevas tecnologías y de la llamada cuarta revolución industrial, lo que exigiría el mejoramiento de las capacidades tecnológicas de las empresas; resolver los conflictos geopolíticos mediante lo que llaman la “colaboración global”, etc. De nuevo, este como otros años, en las conferencias del FEM encontraremos bellas palabras: democracia, desarrollo sostenible y con equidad, tecnologías para el bien, economías justas, etc. y tras cada una de estas palabras se esconderá, como siempre, el objetivo real de los grandes burgueses: seguir enriqueciéndose, así se lleven a la mayoría de la humanidad y a la vida misma entre los pies.
Este 2020 será un año complejo, en términos económicos las previsiones no podrían ser más negativas para los millones de trabajadores alrededor del globo. Ya el 2019 fue un año de, en palabras del Fondo Monetario Internacional (FMI), “desaceleración sincronizada” presentando el ritmo de crecimiento más lento desde la crisis del 2008-2009. Este año que inicia será, de nuevo en palabras del FMI, uno de “recuperación que no es generalizada y es precaria”. Según este organismo financiero internacional, cabeza e impulsor de las políticas neoliberales, el 2020 será un año de lento crecimiento, apenas del 3.4% (o del 2.5% según la estimación del Banco Mundial), una leve mejoría respecto del 3% del año pasado, pero aún por debajo del 3.8% del 2017.
Esta situación crítica se expresa en fenómenos como el lento crecimiento del comercio mundial, la reducción de las inversiones y la baja en la producción industrial, el aumento de los valores bursátiles, crecimiento de la deuda global y la baja productividad del trabajo. Todos estos problemas nacen de una situación en la que el capital se estanca al no encontrar negocios lo suficientemente rentables, no es una falta de capitales el problema, sino el exceso de ellos lo que anuncia la crisis.
El comercio mundial se ha estancado, durante 2019 creció apenas al 1%, el nivel más bajo desde 2012. El lento crecimiento del comercio tiene impactos diferenciados, ha afectado tanto a la comercialización de bienes de capital, equipo y maquinaria, como al intercambio de materias primas y bienes intermedios, lo que impacta tanto en países altamente industrializados, como Japón o Alemania, y también a los países latinoamericanos y dependientes que exportan materias primas. Esta situación se debe principalmente a la guerra comercial entre los EE.UU. y China, y aun cuando a fines del 2019 se abría una posibilidad para avanzar en la solución de esta situación, nada indica una solución real en el corto plazo. Las elecciones internas en los EE.UU. a fines de 2020, los conflictos bélicos y geopolíticos en Medio Oriente que permanecen en el horizonte, indican que las restricciones y las barreras comerciales persistirán.
El estancamiento del comercio mundial incide en la baja en la producción industrial. El ejemplo más claro es la reducción en la industria automotriz, pero también en las manufacturas, situación que ha afectado tanto a países centrales como periféricos. La producción industrial alcanzó índices de crecimiento que rondaron entre 3 y 5% en 2017-2018 y hoy día se encuentra en franca recesión en países europeos, asiáticos y en los EE.UU. Esta reducción obedece tanto a la disminución del comercio mundial, a la baja de la demanda de países como China y los EE.UU. y a la reducción generalizada de las inversiones productivas. Por ejemplo, el gasto en bienes de maquinaria y equipo, es decir, en medios de producción, ha disminuido su ritmo de crecimiento, desde alrededor de 8.5% en 2017 hasta prácticamente 0% en el 2019.
La reducción de las inversiones productivas y de la producción industrial expresan también una situación que, si bien es característica del capitalismo contemporáneo, se ha agudizado en los últimos años, nos referimos al crecimiento del llamado capital ficticio, esto es el crecimiento de los valores bursátiles, de acciones, bonos y demás instrumentos financieros que no generan procesos productivos reales pero si reditúan en grandes intereses para los capitalistas financieros. El capital prefiere acudir a la compra de acciones y bonos que aseguran inmediatos y mejores rendimientos antes que invertir en procesos productivos que hoy día se encuentran en franco declive y no ofrecen las ganancias ansiadas.
Otra situación que se agudizó en el 2019 y que será fundamental en el corto plazo es el aumento de la deuda global. Ante las complicaciones en el comercio y la producción industrial, los Bancos Centrales han debido mantener el ofrecimiento de dinero barato a las empresas y Estados, esto es bajas tasas de interés que han permitido a las corporaciones globales adquirir créditos baratos que, sin embargo, amenazan con seguir creciendo y terminar por convertirse en deudas impagables o en un incremento de la morosidad. Hoy día, según datos del Instituto de Finanzas Internacionales la deuda global alcanza ya 3 veces el PIB mundial, esto es que para pagar dicha deuda tendríamos que juntar la riqueza mundial de 3 años, o lo que es lo mismo, que cada uno de los habitantes del planeta debe hoy día alrededor de 32, 500 dólares.
Este escenario de crisis inminente tiene también elementos aparentemente paradójicos pero que ofrecen una muestra clara de las contradicciones del capitalismo. El empleo ha aumentado y el desempleo disminuido, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hoy día la tasa de desempleo ha alcanzado mínimos históricos, alrededor del 5%, esto ha permitido mantener en niveles aceptables el consumo global, es gracias al consumo de las y los trabajadores que la economía se ha sostenido.
Vale aclarar que este aumento del empleo se basa en la expansión y generalización de la precarización laboral. Las empresas han preferido acudir a la contratación bajo esquemas de precarización absoluta, con bajos salarios, sin estabilidad laboral y sin seguridad social, antes que a la inversión en nuevas tecnologías o en aumentar las capacidades productivas. Desde el punto de vista de los burgueses empresarios esto ofrece una salida inmediata y fácil a las necesidades de rentabilidad y permite mantener los índices de ganancias, pero resulta un problema a mediano y largo plazo ya que habla de una baja en la productividad del trabajo y por lo tanto una merma en las ganancias, la tasa de ganancia se contrae y el capital no puede vivir con ello, no sólo necesita ganar, sino ganar siempre más, esta es su lógica de funcionamiento.
En síntesis, el 2019 fue un año de franco estancamiento económico, y para 2020 la situación no pinta mejor, la reducción del comercio mundial, los bajos índices de inversión y la reducción en la producción manufacturera e industrial terminarán por afectar las grandes ganancias de los capitales especulativos, ¿cuánto tardará para que la crítica situación de la economía real afecte el mundo idílico de las finanzas? Quizá no mucho, y cuando eso pasé los grandes burgueses y sus representantes nos echarán a los trabajadores la responsabilidad de pagar, otra vez, sus deudas, habrá que organizarnos para evitarlo.
Este escenario critico es producto del capitalismo, de este modo de vivir que ancla en la propiedad privada de los medios de producción, en la explotación de las inmensas mayorías de la población y en el más despiadado uso y abuso de la naturaleza, por ello y porque la vida está en juego, hoy día urgen soluciones anticapitalistas, urge la organización desde abajo sin confiar en que de allá arriba lleguen las soluciones.
En México, el programa económico de la 4T se mantiene dentro de los marcos del capitalismo neoliberal, cualquier análisis serio lo demuestra. Sus programas de becas y redistribución de un poco de dinero alcanzan para mantener el consumo de la gente, pero no para avanzar hacia un desarrollo ni alcanzar el siempre mencionado bienestar. Faltarán más que honestidad y buenas intenciones para logar una vida digna.
Hoy hace falta una política anticapitalista que en verdad democratice las decisiones económicas y no las deje en los representantes de arriba, estén en México o en Davos, una política anticapitalista que ponga en el centro las necesidades de la gente y no la idea convertir a México en un paraíso para las inversiones, como dijo el jefe de gabinete de la 4T.
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